DE MODERNOS Y BELLEZA ANTERIOR
Publicado: miércoles 3, abril 2013 Archivado en: home, moda | Tags: armas de mujer, curt kobain, Flashdance, grunge, hipster, hombreras, Jennifer Beals, Melanie Griffith, Miami Vice, modernos, nirvana, Sonny Crockett 2 comentariosSer moderno, ese tipo de moderno que sigue las tendencias, además de ser de valientes es una de las cosas más antiguas de la historia.
Lo que nos salva de cuando éramos más jóvenes es sólo eso, la juventud. Imaginar nuestras caras lozanas y sin arrugas, a las que adoro por cierto, nos trae un recuerdo muy mejorado de cómo en realidad éramos, no solo nosotros sino todos los demás. Luego aparece alguien que guarda nuestro pasado gráfico en un cajón y no podemos por menos que pensar ‘¡ay madre, qué pintas!’
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ESA GENTE EXTRAVAGANTE
Publicado: miércoles 14, noviembre 2012 Archivado en: home | Tags: Anna Pavlova, Beatles, biquini, El pozo de la soledad, Erté, Extravagante, Frances Day, Hermann Hesse, hombreras, Ingmar Bergman, Isadora Duncan, Jacques Heim, Kafka, kate moss, Katherine Hepburn, La Garçonne, Lady Gaga, leggins, Louis Réard, Margueritte Radclyfe Hall, Marlene Dietrich, Marlon Brando, minimalismo, Phyllis Gordon, Poiret, punk, Rolling Stones, Sartre, Sonia Rykel, Teatro Ruso, Valsav Nijinski, Vera Fokina o Michail Fokin, Victor Margueritte 9 comentariosDice el zapatero Nicholas Kirkwood que una de las cosas que aprendió cuando trabajaba para el mítico sombrerero Philip Tracy, es que la extravagancia es un buen arma para hacerse un nombre. Él desde luego ha puesto en práctica esta máxima y su nombre ahora se escribe con mayúsculas en los pies de muchas mujeres.
La extravagancia no es una cualidad en si misma, lo raro puede resultar sólo chocante e incluso grotesco; para que se asocie a la originalidad y provoque admiración debe tener personalidad, para que sea excepcional ha de responder a un discurso previo, tener un contenido que no haga ridículo lo diferente.
Pero ¿es esta época de arriesgar tanto?. Todas lo son.
Extravagante ha sido la evolución de la cultura del S. XX, todas las artes se han transformado a costa de los propios artistas. A la mayoría de ellos se les ha entendido años e incluso décadas después de que ejecutaran su obra y muchos ya habían desaparecido para entonces. Ahora las cosas son distintas, la democratización de la cultura ha provocado el cambio. La revolución ha sido que ya nadie necesita que alguien le aclare lo que vale y lo que no, lo correcto, lo bello, lo amable, lo que merece la pena ser visto, leído, escuchado, amado. Cada uno selecciona según su criterio, luego, la historia se encargará de lo demás.
En la primera década del S.XX en una Europa occidental apagada aparecieron los ballets rusos con sus piedras, brillos, dorados y brocados en decorados y vestuario. Llegaron a París en 1909, al principio no era más que un espectáculo, pero pronto toda la población parisina se fascinó de tal modo con la nueva estética venida del Este que se impregnó hasta en la moda y el maquillaje. Parecía imposible que aquellos extravagantes Valsav Nijinski, Anna Pavlova, Vera Fokina o Michail Fokin pudieran causar tanto furor en la mente de la sosa sociedad francesa, pero desde Erté a Poiret, pasando por Isadora Duncan, la reina entre las reinas del espectáculo, cayeron rendidos a sus pies.
En 1922 sale a la luz el libro de Victor Margueritte «La Garçonne». Curiosamente, el libro que dió nombre a las chicas de los 20’s fue censurado por su contenido pornográfico, que no era más que la descripción que hacía de las mujeres: pelo corto, trabajadoras, vestidas con ropa masculina y entregadas al amor libre sin pudores, es decir, la mujer en que se convirtieron las de aquella época y que nunca más quisieron dejar de ser. Las mujeres de los 20’s fueron las primeras liberadas de ataduras y corsets en sentido literal y figurado; alguna como Margueritte Radclyfe Hall y su libro «El pozo de la soledad», pasaron a ser un referente lésbico.
La amante de las pieles exóticas, la actriz Phyllis Gordon, iba de compras por Londres con su tigre de Kenia atado y un zorro envuelto al cuello. Eran los 30’s, Europa había sufrido la gran guerra y atravesaba después la gran depresión. La miraban, claro que la miraban, su diferencia era evidente y provocadora. Otras fueron tachadas de fulanas, como Marlene Dietrich a la que le fascinaba escandalizar vestida y tocada con ropa de hombre, claro que era fácil llamar la atención con un simple cigarrillo y el pelo despeinado, como Frances Day (en la fotografía es casi una antepasada de Lady Gaga)
En los 40’s una nueva mujer aparece en el cine: Katherine Hepburn. Seductora, de figura atlética, pose despreocupada y belleza implacable. De ella ha bebido la estética de todas las décadas del siglo XX y lo que va del XXI. La transgresión también vino de la mano de los franceses Jacques Heim y Louis Réard, creadores el biquini, un pecado que lucían las extranjeras y que ninguna española pensó que se pondría.
En los 50’s la corriente existencialista de Sartre, llamada por los positivistas «corte irracional», causa furor e impregna el arte. En literatura destacan nombres como Kafka o Hermann Hesse y en el cine Ingmar Bergman e incluso quienes no entendían el existencialismo vestían de negro y pasaban la noche fumando y bebiendo en un club de jazz, por si se les pegaba algo. En la misma década, a alguien se le ocurrió, aberración donde las hubiera, sacar al exterior lo que hasta entonces era la ropa interior de caballero, mezclarla con un vaquero, una cazadora de cuero y un chico muy turbador en «Un tranvía llamado deseo». Desde entonces la camiseta se ha convertido en un básico del armario masculino y femenino.
La música de los 60’s convulsionó al mundo y lo dividió entre un amplio grupo que amaba el rock & roll, se drogaba, gritaba histéricamente a los Beatles o a los Rolling Stones y vestía prét-à-porter, a un lado y, al otro, el de los anclados al ritmo de la música sosegada y a la ropa de costura, es decir, hijos y padres. Ganó el primero. La mujer nunca había vestido de punto hasta que llegó Sonia Rykel que se convierte en la reina del knitwear cuando decide colocarse una de sus prendas al revés, con las costuras por fuera. Seguramente la miraron de soslayo, pero fueron tantos los encargos, que desde entonces nadie ha conseguido que abandone su trono y tampoco su pelo frito. Y su marca sigue en la brecha.
Los 70’s fueron la década de la democratización del pantalón vaquero, aquella prenda underground, pero además han dejado una gran cantidad de iconos estéticos que creímos desaparecidos y que se han recuperado. Las patas de elefante, los leggins, las uñas negras o el punk. Este último, como por arte de magia, ha pasado del suburbio a las calles comerciales. Esto era el punk antes
Esto es lo que queda del punk ahora, poco pero muy significativo. Ya no las llaman tachuelas, las llaman tachas y los pinchos no se clavan.
En los 80’s, época de excesos, milagrosamente y de manera tímida Oriente aparece en nuestra moda de la mano de Kenzo, Rey Kawakubo e Issey Miyake. Plisados, volúmenes desconocidos, plástico y otros materiales nunca usados para vestir se convertirán en lo más moderno y lo más caro. Ahora Oriente lo es todo y, según presagian, lo será aún más.
En los 90’s llega el minimalismo, que es la simplicidad del rico, cualquier imitación no es más que pobreza, el menos es más se hace mantra, pero siguen en auge las top models, esas excesivas marcianas guapísimas, altísimas y que no se levantaban de la cama por menos de 10.000 dólares. Algunas siguen en activo, se las ve en algún desfile y lo cierto es que se conservan muy bien, es la década en que aparece Kate Moss, rara avis si la comparamos con sus compañeras. De ella se sabe todo, está en todas partes y se levanta de la cama para hacer lo que le da la gana, ya ha ganado dinero suficiente y sigue haciendo su trabajo veinte años después.
De las actuales extravagantes no sabemos si alguna se perpetuará, ellas o su estilo. Quizá ahora son demasiadas.
¿Tendrán Lady Gaga y compañía un discurso perdurable o se desvanecerán como el humo que las trae a los escenarios?
Dejemos que pase el tiempo que nos dirá si lo que veíamos no era más que un disfraz, un comportamiento grotesco o algo verdaderamente original que merecía la pena recordar.
Sincerely. Adela Leonsegui*.