DE GLAMOUR, CHIC Y OTRAS HISTORIAS

Leo en un artículo de la revista View of the Times que las divas han muerto, que se acabaron cuando Bette Davis u Olivia de Havilland, las diosas de los 30’s, plantaron cara a la Warner, cuando se hicieron libres.

Pero si miramos atrás, antes que las actrices hablan, en el cine quiero decir, las divas eran mujeres modernas, excitantes, emancipadas, chicas que se quitaron el corsé de mujer, de manera metafórica y literal, que bailaban, algunas casi en pelotas, que se soltaron el pelo y se lo cortaron a lo chico, la antítesis de lo que vino después.

Puede que el divismo haya muerto porque los dioses no pueden bajar a la tierra, pero desde los 40’s la belleza embaucadora de las mujeres ha ido cambiando, evolucionando y regalándonos patrones estéticos que admirar e imitar.

Del glamour se dice que es una ilusión romántica de la belleza y la elegancia, un hechizo que altera la percepción de la realidad de una persona. A estas alturas sabemos que glamour es una manera de mirar, de seducir, de tratar a los hombres, con un desprecio que luego muta en total sumisión, según el cine, con una manera de vestir tan excesivamente femenina y cuidada que nadie en su sano juicio podría imitar de la mañana a la noche, sobre todo en la mañana. Pensar glamour es hacerlo en Ava Gardner o Rita Hayworth, dos espejismos, dos representaciones sin verdadera realidad o con una verdad muy alejada del sueño que vendían.

Una nueva palabra se hace hueco entre las mujeres a imitar, es la explosiva ingenuidad de la sex simbol, esa que no quiere pero, qué le va a hacer, ha nacido así. Esas mujeres que como Marylin, se hacen la tonta y sin pretenderlo seducen a todos, sin quererlo se convierten en el objeto de deseo, sin intención su provocativo contoneo va dejando cadáveres por el camino, babeantes hombres y mujeres que pierden la razón por ellas y que locos de amor lo dejan todo porque quieren hacerlas felices, sin que nada les haga caer en el detalle insignificante de que ellas no pueden ser felices.

Y entonces aparece el sexy chic francés, un patrón de belleza de mujer que se aleja del tradicional conocido. Son mujeres que, además de hermosura, tienen personalidad, se implican en política y están dotadas de un encanto especial que empezó a conocerse como el charme. Carecen de volúmenes voluptuosos pero sus largas melenas, como la de Françoise Hardy, se imponen como sinónimos de independencia y juventud, ya no se lleva la mujer, se lleva la chica.

El mundo se cansa de tanta chica sesuda y como necesita seguir soñando crea el mito erótico, la mujer de hielo que esconde un ardiente potencial sexual. Misteriosa, intrigante y entregada al placer sexual sin pudores, es el sueño de quienes viven de cara a una sociedad aún tradicional pero que desean internamente romper tabúes y gozar de lo prohibido, el estereotipo implantado por Catherine Deneuve con Belle de Jour.

Y vinieron otras, más o menos explícitas, más o menos curvilíneas y en común el ser todas bellas, hacernos soñar y querer ser como ellas, pero cuando dejamos atrás el siglo veinte parece que la historia se repite.

Me gusta mirar anuncios, sobre todo en prensa y al abrir otra revista, cualquiera, me encuentro una imagen insólita, inaudita: la nueva imagen de Chanel es Tilda Swinton, una mujer moderna, excitante, emancipada, que se quitó el corsé de mujer, de manera metafórica y literal, que lleva el pelo corto, a lo chico, la antítesis de todo lo anterior y de lo que vendrá después.

Sincerely. Adela Leonsegui*

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